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Las traquinenses

¿Qué he hecho yo, ¡oh hijo! para merecer tanto odio?

Sabe que en este día, tu esposo, mi padre, ha perecido

por ti. ¡Ay! ¡oh hijo! ¿qué noticias traes?

La noticia de lo que no pueda ya no haber sucedido; porque nada puede hacer que una cosa realizada no lo sea.

¿Qué dices, ¡oh hijo!? ¿De dónde viene que estés cierto de que yo he cometido esa acción detestable?

Yo mismo, con mis ojos, he visto el mal cruel de mi padre. No lo he oído de la boca de ningún otro.

Habla; ¿dónde le has encontrado y te has acercado á él?

Si has de saberlo, es necesario que lo diga todo. Cuando partió, habiendo devastado la ilustre ciudad de Eurito, se Îlevó los trofeos y las primicias de su victoria. Llegado al promontorio de Eubea azotado por las olas, que se llama Ceneo, erigió altares á su padre Zeus y marcó los límites de un bosque sagrado. Allí fué donde volví á verle por última vez, después de haberlo deseado tan largo tiempo. Cuando se preparaba á sacrificar numerosas víctimas, llegó su heraldo familiar Licas, conduciendo tu presente, el peplo mortal. Habiéndoselo puesto como tú se lo recomendabas, degolló doce hermosos toros escogidos, primicias del botín, porque había llevado cien víctimas de especies diversas. Y, al principio, el desgraciado oraba con corazón alegre, y se regocijaba con su bello vestido; pero en cuanto la llama sangrienta del sacrificio hubo surgido de la madera resinosa,