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Sófocles

espeso licor del racimo maduro desprendido de la viña de Baco. Por eso, no sé, desgraciada, en qué pensamiento detenerme, y veo que he cometido un gran crimen. ¿Cómo, en efecto, y por qué el Centauro moribundo habría sido benevolente para mí, que era causa de su muerte? ¡No! sino que me halagaba, deseando perder al que le había atravesado. He aquí lo que se me reveló demasiado tarde, cuando no puedo ya poner remedio á ello. Yo sola, si no me engaño, sola, habré sido la pérdida de Heracles. Porque yo sé que esa flecha hirió á Quirón, por más dios que era, y que mata á todos los animales que alcanza. ¿Por qué el negro veneno de la sangre que empapa esa flecha no había de matar á Heracles? Tal es mi pensamiento. Pero estoy resuelta, si muere, á morir al mismo tiempo que él; porque seguir viviendo, no honrada, es una cosa insoportable para una mujer bien nacida.

Es preciso, en verdad, temer terribles calamidades, pero no desesperar hasta el fin.

La esperanza de donde la confianza nace no reside en los malos designios.

Pero los que no han incurrido en falta voluntariamente deben ser perdonados, y tú mereces hacer la experiencia de ello.

Tales palabras convienen, no á quien ha hecho el mal, sino á quien no tiene que arrepentirse de ninguna mala acción.

Es tiempo de que calles, á menos que quieras decírselo todo á tu hijo. Había ido en busca de su padre, y he aquí que vuelve.

¡Oh madre! ¡Quisiera yo que se realizase una de estas tres cosas: ó que no estuvieses viva, ó que, viva, otro te llamase su madre, ó que hubieses formado en tu espíritu mejores designios!