cio sobre esto, porque una acción vergonzosa llevada á cabo en la sombra no da vergüenza.
¿Qué quieres que haga? Ordena, hija de Eneo, porque me he detenido aquí demasiado tiempo.
En eso pensaba, Licas, mientras tú hablabas en la morada con esas mujeres extranjeras. Lleva en mi nombre á Heracles este peplo de bello tejido, como un don hecho con mis manos. Cuando se lo des, adviértele que ningún mortal debe vestirlo antes que él; que no lo muestre ni al ardor de Helios, ni al fuego sagrado, ni á la llama del hogar, antes de que lo lleve delante de todos ofreciendo á los Dioses un sacrificio de toros; porque yo he hecho el voto, en efecto, de que, si le volvía á ver, ó si oía decir que volvía sano y salvo a su casa, le adornaría con esta túnica, mostrando á los Dioses un sacrificador nuevo con un nuevo peplo. Y le llevarás esta señal que reconocerá fácilmente, el sello de este anillo. Pero ¡ve! y hazte una ley, como buen mensajero, de no hablar más de lo que debes decir. Ten, finalmente, el cuidado de hacerte acreedor á su gratitud y á la mía.
Habiendo usado siempre honradamente de la ciencia de Hermes, jamás incurriré en falta respecto de ti. Llevaré ese vaso y repetiré fielmente las palabras que has dicho.
Parte, pues, porque ya sabes cómo están las cosas en esta morada.
Lo sé, y diré que estás perfectamente.
Sabes igualmente que, habiendo acogido bien á la extranjera, la he recibido con mucha benevolencia en la morada.