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Sófocles

presente de un viejo Centauro. Lo recibí, siendo muchacha, de Neso, cuyo pecho era muy velludo. Transportaba en sus brazos, á precio de dinero, á los hombres á través del profundo río Eveno, hendiendo las aguas sin remos ni velas. Cuando, por orden de mi padre, seguí por primera vez á mi esposo Heracles, Neso, que me había puesto sobre sus hombros, al llegar al medio del río empezó á acariciarme con sus manos perversas. Pero yo grité, y en seguida, el Hijo de Zeus, habiéndose vuelto, le lanzó una flecha alada, que penetró con un silbido, á través del pecho, hasta el pulmón. Y el Cenauro, moribundo, me habló así: «Hija del anciano Eneo, si me obedeces, obtendrás un gran bien de ser la última que yo he transportado. En efecto, si recoges la sangre coagulada alrededor de este sitio de la herida en que el veneno de la Hidra de Lerna ha ennegrecido la flecha, poseerás un encanto poderoso sobre el alma de Heracles y no amará jamás á ninguna otra mujer mas que á ti.» ¡Oh queridas! Yo he recordado esto, y habiendo guardado bien en mi morada la sangre de Neso muerto, he empapado en ella esta túnica, con arreglo á lo que me dijo estando vivo todavía. Todo está hecho ahora. ¡Que yo no conozca jamás las tramas perversas, porque aborrezco á los que usan de ellas! Triunfar por ese filtro de esta joven, y reducir así á Heracles, es lo que yo quiero realizar, á menos que no os parezca que intento esfuerzos vanos, porque, entonces, renunciaré.

Ciertamente, si tienes fe en eso, nos parece que tu designio no es censurable.

Tengo fe, sin duda, pero solamente espero, no habiendo todavía hecho uso de ello.

Hace falta probar, porque, á lo que te parece, no tendrás certidumbre alguna de ello hasta que lo hayas experimentado.

Bien pronto lo sabremos, porque veo á ese hombre salir de la morada, y llegará prontamente. Pero guardemos silen-