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Antígona

cidos, todavía dueño de su pensamiento, abraza á la virgen, y, jadeando, expira haciendo salpicar una sangre purpúrea sobre las pálidas mejillas de la joven. Así se ha acostado muerto al lado de su prometida muerta, habiendo realizado, el infeliz, sus nupcias fatales en la morada de Ades, enseñando á los hombres con su ejemplo que la imprudencia es el mayor de los males.

¿Qué presientes de esto? La mujer ha desaparecido antes de haber pronunciado una palabra, ni buena, ni mala.

Estoy sorprendido como tú mismo. Sin embargo, me lisonjeo con la esperanza de que habiendo sabido la muerte de su hijo, no ha querido lamentarse por la ciudad, sino que, retirada en su morada, va á advertir á sus esclavas, para que lloren esta desgracia doméstica. Porque no carece de prudencia hasta el punto de flaquear en cosa alguna.

No lo sé; pero me parece que un silencio demasiado grande anuncia desgracias tan crueles como gritos repetidos y sin freno.

Bien pronto sabremos, entrando en la morada, lo que oculta en su corazón irritado; porque, dices bien: un silencio demasiado grande es para asustar, en efecto.

He aquí que viene el Rey mismo, llevando en sus brazossi me es lícito decirlo, una prenda evidente de la desgracia que se le ha infligido, no por otro, sino por su propia falta.


Estrofa 1

¡Oh faltas amargas y mortales de un espíritu insensato! ¡Oh! ¡ved esas muertes y esas víctimas, todas de una misma familia! ¡Oh fatal resolución! ¡Ay de mí! ¡Hijo, tú has muerto joven de una muerte precoz, ¡ay! ¡ay! no por tu demencia, sino por la mía!