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Sófocles

Ciertamente, lo sé, porque es con mi ayuda como has salvado á esta ciudad.

Eres un hábil adivino, pero gustas de las astucias inicuas.

Me obligas á revelar los secretos ocultos en mi mente.

Habla, pero no digas nada por el afán del lucro.

No creo haber hablado así en lo que te concernía.

Sabe que no me has de hacer cambiar de modo de pensar.

Sabe bien, á tu vez, que no se verificarán muchas revoluciones de las rápidas ruedas de Helios antes de que hayas pagado á los muertos con la muerte de alguno de tu propia sangre, por haber enviado bajo tierra un alma todavía viva, por haberla ignominiosamente encerrado viva en la tumba, y porque retienes aquí, lejos de los Dioses subterráneos, un cadáver no sepultado y no honrado. Y éste no pertenece ni á ti, ni á los Dioses uranios, y obras de ese modo con violencia. Por eso es por lo que las Erinnias vengadoras del Hades y de los Dioses subterráneos te arman asechanzas, para que sufras los mismos males. Mira si hablo así corrompido por el dinero. Antes de poco tiempo, los lamentos de hombres y mujeres estallarán en tus moradas. Semejante á un arquero, te envío seguramente estas flechas de cólera al corazón, porque me irritas, y no evitarás su herida aguda. Tú, hijo, vuélveme á mi morada, para que él extienda el furor de su alma contra otros más jóvenes, y aprenda á hablar con más moderación, y abrigue un pensamiento mejor que el que tiene ahora.

¡Oh Rey! Este hombre se va, habiendo predicho terribles