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Antígona

no pondréis á ese en la tumba. Aun cuando las águilas de Zeus llevaran hasta su trono los pedazos de ese pasto, no permitiría sepultarle, porque no temo esta mancha, sabiendo que las fuerzas de ningún mortal bastan para que pueda manchar á los Dioses. ¡Oh anciano Tiresias! Los hombres más hábiles caen con una caída vergonzosa, cuando, por el deseo de la ganancia, pronuncian con énfasis palabras vergonzosas.

¡Ay! ¿quién sabe, qué hombre piensa...?

¿Qué es eso? ¿Qué quieres decir con esas palabras banales?

¡Cuán por encima de todas las riquezas está la prudencia!

Tanto, pienso yo, como la demencia es la mayor de las desdichas.

Esa desdicha es, sin embargo, la tuya.

No quiero devolver á un adivino sus injurias.

Eso es lo que haces al decir que mis adivinaciones son falsas.

Toda la raza de los adivinos, en efecto, es amiga del dinero.

Y la raza de los tiranos gusta de las ganancias vergonzosas.

¿Sabes tú bien que hablas á tu dueño?