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Antígona

joven, digna de las mayores alabanzas por lo que ha hecho, y que, de todas las mujeres, es la que ha merecido menos morir miserablemente. La que no ha querido que su hermano muerto en el combate, y no sepultado, sirviese de pasto á los perros comedores de carne cruda y á las aves carnívoras, ¿no es digna de un premio de oro? Tal es el rumor que corre en la sombra. Padre, nada me interesa más que tu feliz destino. ¿Qué mayor gloria hay para unos hijos que la prosperidad de su padre, ó para un padre que la de sus hijos? No tengas, pues, pensamiento de que no hay más palabras que las tuyas que sean discretas. En efecto, cualquiera que se imagine que sólo él es sabio, y que nadie le iguala por el alma y por la lengua, está lo más frecuentemente vacío cuando se le examina. No es vergonzoso para un hombre, por sabio que sea, aprender mucho y no resistir desmedidamente. Mira cómo los árboles, á lo largo de los cursos de agua hinchados por las lluvias invernales, se doblegan para conservar sus ramas, mientras que todos los que resisten mueren desarraigados. Del mismo modo, el navegante que hace con resolución frente al viento y no cede, ve su nave volcada y flota sobre los bancos de remeros. Apacíguate, pues, y cambia de resolución. Si puedo juzgar de ello, aunque sea joven, digo que lo mejor para un hombre es poseer una abundante sabiduría; si no—porque lo frecuente no es que ocurra así—, es bueno creer á sabios consejeros.

Rey, si ha hablado bien, es justo que te dejes instruir, y tú por tu padre, porque vuestras palabras son buenas para ambos.

¿Hemos de aprender la sabiduría, á nuestra edad, de un hombre tan joven?

No escuches nada que no sea justo. Si soy joven, conviene que consideres mis acciones, no mi edad.

¿Es preciso, pues, honrar á los que no obedecen á las leyes?