Página:Tragedias de Sófocles - Leconte de Lisle (Tomo I).djvu/190

Esta página no ha sido corregida
186
Sófocles

y lo que le entrega como objeto de escarnio á sus enemigos? Ahora, ¡oh hijo! vencido por la voluptuosidad, no sacrifiques tu sabiduría á una mujer. Sabe bien que es helado el abrazo de la mujer perversa que tiene uno en su casa por compañera de su lecho. ¿Qué mayor miseria, en efecto, que un mal amigo? Desdeña, pues, á esta joven, como á una enemiga, y déjala desposarse en la morada de Ades. Después de haberla sorprendido, única entre todos los ciudadanos, desobedeciendo á mis órdenes, no pasaré por embustero ante la ciudad; la mataré. ¡Que implore á Zeus, protector de la familia! Si dejo hacer á los que son de mi sangre, ¿qué será en cuanto á los extraños? El que es equitativo en las cosas domésticas, equitativo se mostrará también en la ciudad; pero el que viola insolentemente las leyes y piensa mandar á sus jefes, no será alabado por mí. Es preciso obedecer á aquel á quien la ciudad ha tomado por dueño, en las cosas pequeñas ó grandes, justas ó inicuas. No dudaré jamás de un hombre semejante: mandará bien y se dejará mandar. En cualquier lugar en que esté colocado, en la tormenta del combate, allí permanecerá con lealtad y sostendrá valientemente á sus compañeros. No hay peor mal que la anarquía: arruina las ciudades, deja las moradas desiertas, impulsa, en el combate, las tropas á la huída; mientras que la obediencia constituye la salud de todos los que son disciplinados. Así, las reglas estables deben ser defendidas, y es preciso no ceder en modo alguno á una mujer. Más vale, si ello es necesario, retroceder ante un hombre, para que no se diga que estamos por debajo de las mujeres.

A menos que nos engañemos á causa de nuestra vejez, nos parece que hablas cuerdamente.

Padre, los Dioses han dado á los hombres la razón, que es, para todos, tantos cuantos existimos, la riqueza más preciosa. En cuanto á mí, no puedo ni pensar, ni decir que no has hablado bien. Sin embargo, otras palabras serían discretas también. En efecto, yo sé naturalmente, antes de que lo sepas, lo que cada cual dice, hace ó censura, porque tu aspecto hiere al pueblo de terror, y calla lo que no oirías de buena gana. Pero á mí me es dado oir lo que se dice en secreto saber cuánto lamenta la ciudad la suerte de esta