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Las traquinenses

Detente y escucha. Puesto que has oído sin pesar lo que ya te he dicho, espero que me escucharás lo mismo ahora.

¿Les hacemos volver, ó quieres hablar solamente para mí y para éstas?

Nada impide que yo hable para ti y para éstas, pero deja salir á las otras.

Ya se han marchado. Ahora, habla.

De todo lo que ese hombre ha dicho, nada es franco ni verdadero. O miente ahora, ó mentía antes.

¿Qué dices? Di claramente lo que piensas, porque no sé lo que dices.

He oído á ese hombre declarar ante muchos testigos que Eurito había sido muerto, y que Ecalia erizada de torres había sido tomada por Heracles á causa de esta doncella; que el único entre todos los Dioses, Eros, le había incitado á esta guerra, y no su permanencia entre los lidios, ni sus trabajos serviles infligidos por Onfalia, ni la muerte de Ifito precipitado de lo alto. Y he aquí que Licas no habla de este amor y se contradice. Porque, no habiendo podido persuadir al padre á darle su hija, á fin de que compartiese su lecho en secreto, ha invadido por una causa leve la patria de esta doncella, allí donde, decía, reinaba Eurito, muerto á este rey y devastado su ciudad. Y ahora, como ves, al volver á su morada, ha enviado esta joven por delante, no como una esclava, sino rodeada de solicitud. No tengas fe en él, mujer. ¿Cómo ha de ser verídico, cuando está abrasado de amor? Me ha parecido, señora, que debía revelarte todo lo que he oído á Licas. En el Agora le han oído, como yo, muchos traquinenses que pueden acusarle. Si he dicho cosas desagrada-