Rey, no diré sin duda que he venido, jadeante, con paso rápido y apresurado. Me he retardado, presa de muchas inquietudes, y volviendo frecuentemente atrás en mi camino. En efecto, me he dicho no pocas veces: «¡Desdichado! ¿por qué correr á tu propio castigo? ¿Pero te detendrás, desventurado? Si Creón sabe esto por algún otro, ¿cómo escaparás de tu pérdida? Dando vuelta á estas cosas en mi mente, he marchado con lentitud, de modo que el camino se ha hecho largo, aunque sea corto. Por fin, he resuelto venir á ti, y, aunque no refiera nada de cierto, hablaré, sin embargo. En efecto, vengo con la esperanza de no sufrir mas que lo que el destino ha decidido.
¿Qué es ello? ¿Por qué tienes inquieto el espíritu?
Quiero ante todo revelarte lo que me concierne. Yo no he hecho eso ni he visto quién lo ha hecho. No merezco, pues, sufrir por ello.
Ciertamente, hablas con precaución y te preservas de todos los modos. Veo que tienes que anunciarme alguna cosa grave.
El peligro inspira mucho temor.
¿No hablarás á fin de salir del paso, dicho el caso?
Te diré todo. Alguien ha sepultado al muerto y se ha ido después de haber echado polvo seco sobre el cadáver y cumplido los ritos fúnebres con arreglo á la costumbre.
¿Qué dices? ¿Quién se ha atrevido á hacer eso?