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Edipo en Colono

medites en tu benevolencia. »» Y Teseo, sin lamentarse, tal como un hombre de buen linaje, prometió con juramento lo que le era pedido por el extranjero. En cuanto hubo jurado, Edipo, con sus brazos inciertos, rodeó á su hija y dijo: «¡Oh hija! Es preciso soportar esto con alma valerosa y abandonar este lugar, para no ver y no oir las cosas prohibidas. Partid prontamente, y que sólo Teseo se quede, porque esto concierne á él solo, y es necesario que lo conozca.» Habiéndole todos oído hablar así, partimos con las doncellas, lamentándonos y llorando. Después de habernos alejado un poco, miramos y vimos que el hombre había desaparecido y que el Rey tenía la mano delante de su faz y sus ojos, como ante el aspecto de una cosa terrible cuya vista no podía sostener. Y, después de poco tiempo, le vimos, prosternándose, venerar la tierra y el Olimpo de los Dioses. ¿De qué manera ha perecido el hombre? Ningún mortal lo dirá, si no es la persona de Teseo. En efecto, no le ha acabado el rayo flameante de Zeus, ni alguna tempestad del mar; sino que un enviado de los Dioses le ha llevado, ó los abismos amigos y tenebrosos de la tierra en que están los muertos se han abierto para él. Y ha partido sin gemidos y sin dolores, y ninguno de los mortales ha muerto de una manera más extraña. Si alguien juzga que digo cosas insensatas, no intentaré persuadirle.

¿Dónde están las jóvenes y los amigos que las han llevado?

No lejos de aquí. El rumor de sus lamentos indica que se acercan. ¿Qué hay?


Estrofa I

¡Ay! ¡Cuán permitido nos es, desgraciadas, gemir sobre la sangre impía que tenemos de nuestro padre! Por él es por quien, habiendo ya sufrido tantos males en otro tiempo, sufrimos al fin éstos, más grandes que todos, que vemos y experimentamos.