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Edipo en Colono

Esa voz es la más odiosa, ¡oh Rey! que pueda llegar á un padre. No me impongas la necesidad de ceder á ti.

Pero, si esa suplicación te obliga, ve á dejar á salvo el respeto debido al Dios.

Padre, obedéceme, por más joven que sea. Deja á ese hombre satisfacer su deseo y el del Dios, y concédenos que mi hermano venga. En efecto, ten la seguridad de ello, las palabras que te desagraden no cambiarán tu resolución á pesar tuyo. ¿En qué te será perjudicial escucharle? Los designios concebidos con una malvada astucia son traicionados por las palabras. Tú lo has engendrado; por eso, aunque procediese contra ti como el más perverso y el más impío, no te sería permitido, ¡oh padre! devolverle esos males. Déjale venir. Otros tienen malos hijos también y una viva cólera; pero, aconsejados por las dulces palabras de sus amigos, apaciguan su corazón. Recuerda, no tus males presentes, sino los que te han venido de tu padre y de tu madre y has experimentado. Si los consideras, reconocerás, lo sé, cuán lamentables son las consecuencias de una gran cólera. No tienes una débil prueba de esto, estando privado de tus ojos, que no ven. Cede á nosotros. No está bien que los que piden cosas justas supliquen largo tiempo, ni que el que ha recibido una acogida benévola rehuse responder.

Hija, es un favor cruel el que me arrancáis con esas palabras. ¡Que sea, pues, como os place! Solamente, extranjero, si él viene aquí, que nadie me tome por fuerza.

¡Oh anciano! No quiero oir dos veces esto. No me place envanecerme, pero mientras un dios me conserve vivo, sabe que estás en salvo.


Estrofa

El que desea vivir desmedidamente prueba, en mi sen-