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Las traquinenses

voz, ¡oh mujeres! las unas en la morada y las otras fuera, porque ved que nos regocijamos con esta noticia cuya luz inesperada surge para mí.

¡Lanzad alegres gritos en torno á los altares, moradas que volveréis á ver al Esposo! ¡Que los jóvenes canten con voz unánime á Apolo tutelar el del bello carcax! ¡Oh doncellas, cantad ¡Peán! ¡Peán! ¡Cantad á Artemis, hermana de Apolo, la de Ortigia, matadora de ciervos y portadora de antorchas en una y otra mano! ¡Y cantad también á las Ninfas compañeras! Yo salto en el aire y no resisto á la flauta que regula mi alma. ¡Evoé! ¡Evoé! ¡La hiedra me turba y me arrastra al furor báquico! ¡Io! ¡Io! ¡Peán! ¡Peán! Ve, ¡oh la más querida de las mujeres! lo que se ofrece á ti.

Ya veo, queridas mujeres. La vigilancia de mis ojos no me engaña de suerte que no vea esta multitud. Yo deseo que prospere ese heraldo esperado tan largo tiempo, si me trae alguna cosa de bueno.

Ciertamente, volvemos con felicidad, y somos bien acogidos, mujer, por las cosas que hemos hecho. Es justo recompensar con buenas palabras al hombre que ha combatido victoriosamente.

¡Oh el más querido de los hombres! Ante todo, dime lo que yo deseo saber: ¿volveré á ver vivo á Heracles?

Verdaderamente yo le he dejado lleno de fuerza, vivo, floreciente, y no atacado de enfermedad.

¿Dónde? ¿En tierra de la patria ó en tierra bárbara? Di.

En la ribera de Eubea, donde consagra altares y racimos de frutos á Zeus Ceneo.