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Sófocles

Allí encontrará su día postrero, ó bien, terminado ese último combate, deberá pasar el resto de su vida pacífica y dichosamente. Así, pues, hijo, puesto que se encuentra en semejante peligro, ¿no irás en su ayuda? De ese modo, si él salva la vida, salvos seremos nosotros, y si no, pereceremos de la misma muerte.

Iré, madre. Si hubiera conocido las palabras de ese oráculo, largo tiempo haría que me hubiera unido á él. Ahora, el destino conocido de mi padre no me permite temer ni vacilar ya.

Ve, pues, ¡oh hijo! porque, hasta al que llega demasiado tarde, una buena noticia proporciona un seguro provecho.

Estrofa I

¡Tú, á quien la noche llena de astros hace, desapareciendo, nacer, ó adormece en su lecho, Helios, flamígero Helios, yo te suplico, ¡oh ardiente de espléndido fulgor! á fin de que me digas dónde habita el hijo de Alcmena! ¿Está retenido en las gargantas del mar ó sobre uno de los dos continentes? Di, ¡oh tú que sobresales por los ojos!

Antistrofa I

Veo, en efecto, que Deyanira, á quien se han disputado dos rivales, triste su alma, y semejando al ave desventurada, no cierra ya jamás sus párpados afligidos, que no cesan de derramar lágrimas; sino que, turbada por el recuerdo y el cuidado del esposo ausente, inquieta, se consume sobre su lecho viudo, previendo algún destino funesto y lamentable.

Estrofa II

Porque, así como se ve, en alta mar, bajo el infatigable Noto ó el Bóreas, las olas innumerables suceder á las olas, del mismo modo, semejante al mar Crético, el Cadmógeno prosigue y aumenta los trabajos de su vida, pero algún dios le salva siempre y le aparta de las moradas de Ades.