¡No me toméis, os conjuro, por un despreciador de las leyes!
¡Zeus protector! ¿qué anciano es este?
Un hombre que no tiene el más feliz destino, ¡oh éforos de esta tierra! Y lo pruebo por el hecho mismo. A no ser así no hubiera venido gracias á otros ojos, y no me sostendría, siendo grande, gracias á un apoyo tan débil.
¡Ay, ay! ¡ciego! ¡bajo un adverso destino desde la infancia, y, ciertamente, hace muchísimo tiempo, como puede pensarse! Pero, en cuanto yo pueda oponerme á ello, no añadirás á esas desdichas una impiedad por la cual serías encomendado á las imprecaciones. Pasas, en efecto, pasas el límite. No te metas en ese bosque sagrado, cubierto de hierba y silencioso, en que la crátera mezcla el agua á la dulce miel. ¡Ten cuidado, desgraciado extranjero, ten cuidado! ¡Retrocede, vete de ahí! Retírate á gran distancia. ¿Oyes, oh desventurado vagabundo? Si tienes algo que responderme ó que decirnos á todos, sal de ese lugar sagrado. No me hables antes.
Hija mía, ¿qué decidiré?Sostenme, pues.
¡Oh padre! Conviene que hagamos lo que los ciudadanos hacen. Cedamos, puesto que es preciso, y obedezcamos.
Ya te sostengo.