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Sófocles

Desdichadísimo padre Edipo, en cuanto es posible á mis ojos juzgar, he allí, á lo lejos, algunas torres que protegen una ciudad. Este lugar es sagrado, ello es manifiesto, porque está cubierto de laureles, de olivos, y de numerosas viñas que multitud de ruiseñores llenan con los bellos sonidos de su voz. Siéntate en esta piedra rugosa, porque, para un anciano, has hecho un largo camino.

Siéntame y cuida del ciego.

No hay necesidad de recordarme lo que he aprendido con el tiempo.

¿Puedes decirme con seguridad en dónde nos hemos detenido?

Sé que allí está Atenas, pero este lugar no lo conozco.

En efecto, todos los viandantes nos lo han dicho.

¿Quieres que siga adelante para preguntar qué lugar es éste?

Sí, hija, y, sobre todo, si está habitado.

Lo está, ciertamente. Pero creo que no hay necesidad de que me aleje, porque veo que viene un hombre.

¿Viene acá? ¿Se apresura?

Hele ahí. Puedes hablarle é interrogarle: aquí está.