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EVANGELINA

Así, cuando por fin cesó en el mundo
Esa persecución que nunca alcanza
Su objeto; aquel afán ciego, infecundo;
Ese loco esperar sin esperanza:
Entonces, sofocando en lo profundo
Del corazón la impía desconfianza,
Volvióse aquí, como hacia el sol las hojas,
Aquella alma en tinieblas y congojas.

Igual se ve desde eminente cumbre
Plegarse y disiparse el cortinaje
De niebla matinal, y entre áurea lumbre
Ir surgiendo el magnífico paisaje:
Roja ciudad de innúmera techumbre.
Quintas y aldeas como suelto encaje,
Y, entrelazando hogares y plantíos,
Caminos de oro y plateados ríos:

Así también se disipó en su mente
La neblina falaz que la distrajo,
Y hoy al sol del amor resplandeciente
Ve el mundo inmenso dilatarse abajo.
El sendero asperísimo y pendiente
Que entre angustias y lágrimas la trajo,
Perdió con la distancia sus fragores,
Y es ya una calle de arbolado y flores.

Gabriel no ha muerto, vive en su alma: en ella
Su imagen brilla sin cesar, vestida
De amor y juventud: dos veces bella,