ni siquiera, tal vez, el verso de la prosa. ¿Qué mucho que también los traductores se vean juzgados por gentes que no saben lo que traen entre manos? Y estos mismos caprichosos árbitros, no contentos con la temeridad de sus juicios, se meten á dogmatizar como sociólogos y políticos, á dictar leyes en el Parlamento y en el Parnaso, á componer malos versos y detestables traducciones, añadiendo así á la injusticia de sus fallos, la perversidad de los ejemplos, introduciendo la confusión y el desconcierto, y justificando hasta cierto punto la propensión á juzgar à priori desfavorablemente de todo nuevo ensayo de literatura política ó poética.
"El empleo de traductor—decía ya cierto antiguo y hoy desconocido censor[1] de un libro de traducciones, también y no injustamente olvidado,—el empleo de traductor ha de ser desinteresado, pues la gloria cede comúnmente en el autor que se traduce."
Escaso número de ejemplares compone la edición de este libro, destinada, más bien que al público en general, al especial y disperso público que de tiempo atrás ha favorecido al autor con sus simpatías.
- Bogota, 1888.
- ↑ El jesuíta Juan de Verde-Soto Pinto, en los principios de la versión de Juan de Owen por D. F. de la Torre; censura fechada en Madrid, á 6 de Marzo de 1682.