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EL OCCIDENTE

Y de una nube en otra rodando el astro augusto,
Suspenso y ya sin rayos mostróse, y lento fué
Sumergiendo en las ondas el sanguinoso busto,
Como barco incendiado que zozobrar se ve.

Y la mitad del cielo palideció, y la brisa
Sobre la Tela inmóvil cesó de resonar;
Avanzóse la noche, y en su sombra indecisa
Todo se fué perdiendo en cielo y tierra al par.

Y así como Natura, palideció mi alma;
Todo eco de la tierra calló dentro de mí,
Y yo, en silencio, á solas, en religiosa calma
Oraba, y daba gracias, canté, lloré, gemí.

Y abierta vi en ocaso tronera llameante,
Y en áureas oleadas glorioso resplandor,
Y vi nubes de púrpura cual pabellón flotante
Que inextinguible hoguera cubriese en derredor.

Y vientos, nubes, ondas, cuanto ííatura cría,
Hacia el arco de fuego moverse vi en tropel,
Cual si todos los seres, morir sintiendo el día,
Corriesen, temerosos de perecer con él.

Vi hacia allá el polvo seco volar; sobre la onda
Flotando en albos copos la espuma contemplé;
Y, allá también tendiendo mi triste, errante y honda
Mirada, vertí lágrimas, no sé decir porqué.

Y despareció todo. Mi espíritu vacío
Quedó, sintiendo entorno desierta inmensidad,
Y un pensamiento entonces se alzó aislado y sombrío,
Cual pirámide en medio de vasta soledad.