De los humildes goces de su vida,
Y destino pacífico y oscuro.
Ni escuche desdeñosa la grandeza,
A quien ciegos adoran los mortales,
Torciendo con desprecio la cabeza,
Del pobre los domésticos anales.
El fausto de alta alcurnia, el gran tesoro,
Y del poder la pompa soberana,
Y cuanto la hermosura y cuanto el oro
Dar han podido á la ambición humana,
Todo tiene la misma triste historia,
Todo en un mismo fin acaba y cesa,
Y la senda brillante de la gloria
Sólo conduce á la profunda huesa.
Ni los culpéis ¡oh vanos y orgullosos!
Si sus tumbas no adorna un monumento
Con trofeos lucidos y vistosos
Que á la voz de la fama den aliento.
En vasto templo, al esplendor radiante
De la luz que refleja en jaspe y oro,
Donde en la inmensa nave resonante
Se oye el clamor del órgano sonoro.
¿Pueden marmóreo busto, urna esculpida.
En donde el arte sus primores vierte,
Volver á dar respiración y vida
Al que duerme en el seno de la muerte
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EL CEMENTERIO DE LA ALDEA