confundir la exactitud literal con la formal. Mis estudios y meditaciones han confirmado é ilustrado esta propensión, que, por lo vieja, más me parece ingénita que adquirida. Entiendo que el traducir es dificílima labor mixta de imitación y adaptación, de refundición y correspondencia. El carácter del autor original ha de ser, según la regla del Prof. Egger, la norma fundamental del traductor. Aunque hasta cierto punto "el estilo sea el hombre," no por eso debe desesperar el traductor de reproducir el estilo, identificándose con el autor que traslada. Y el estilo es en parte social, y en parte individual: abraza así el estado de la lengua, en la época en que se produjo la obra original, á que corresponde determinado período lingüístico en el idioma del traductor, como también las peculiaridades del autor respectivo. Virgilio, por ejemplo, es á un mismo tiempo poeta arcaico, como que se goza en reproducir hemistiquios y aun versos íntegros de Ennio y de Pacuvio, y muy avanzado por la perfección inimitable de sus versos, que jamás podrán confundirse con los de su predecesor Lucrecio. Conozco yo mejor que nadie y confieso los defectos en que abundan mis traducciones; sé que, aunque la teoría justa ejerce influencia benéfica sobre la ejecución, esta influencia no es siempre decisiva; y me consta, por experiencia ajena y propia, la distancia que va de la teoría al desempeño artístico. Hermosilla, en un pasaje feliz por la originalidad y exactitud de la observación, enseña que el verso en que se traduce una grande epopeya clásica no sólo ha de ser armonioso, sino heroico; que en los de una traducción de la Eneida, por ejemplo,
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XXI
INTRODUCCIÓN