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XX
INTRODUCCIÓN

do traductor como el más pintado." Las observaciones de un sabio amigo y severo Aristarco y la lectura de un pasaje de Gibbon sobre la traducción de la Ilíada por Pope[1], persuadiéronle de "una verdad en achaque de poéticas versiones fundamental y certísima, que para ser acertadas deben necesariamente estar dotadas de fidelidad y elegancia." Esta máxima, que resume exactamente toda la doctrina relativa á las traducciones poéticas, y presupone, por lo demás, una clara explicación é inteligencia de lo que fidelidad y elegancia significan, está por sí sola declarando la gran dificultad de traducir acabadamente á un poeta, comoquiera que exige la conciliación de términos casi incompatibles. Con tal motivo volvió su trabajo al yunque el docto traductor de Juvenal, y si á pesar de sus aciertos, del sabor castizo y nerviosa concisión de algunos pasajes, no salió del todo airoso de la empresa, debióse á que no dió con la proporción debida, extremando la fidelidad con detrimento de cierta lucidez ó claridad necesaria, comprendida en el concepto genérico de elegancia. Faltóle versación ó talento para realizar la armonía del conjunto. Infelix operis summa.

Desde que publiqué en 1873 el primer tomo de mi traducción de Virgilio, varias veces he discurrido en escritos literarios sobre las leyes y atributos de las traducciones poéticas, bien que nunca de un modo completo y como el asunto lo reclama. Creo que, por natural amor á la verdad, procuré siempre la fidelidad, aunque sin

  1. De la cual dice Gibbon que de todas las partes ó condiciones de un acabado retrato está adornada, menos de la semejanza.