braica en largas, complicadas y dificultosísimas estancias petrarquescas, que adoptó González Carvajal en la versión de los Libros Poéticos de la Biblia para algunos Salmos de David y Capítulos de Job y de Isaías, si bien en muchos pasajes de la misma obra (1819-28) el castizo poeta andaluz acertó con la forma métrica, no menos que con el lenguaje y estilo adecuado á su atrevido intento, no habiendo sido hasta ahora superado en él ni igualado quizás por otros que quisieron emularle.
A las traducciones, así de poesía sagrada, como de la clásica griega y latina, que como tardío pero sazonado fruto de los buenos estudios, publicaron los citados Carvajal, Burgos, y Castillo y Ayensa, á quienes se considera de ordinario como escritores del siglo anterior, siguióse en la tercera década del nuéstro, bajo el vacuo nombre de romanticismo, un movimiento literario avasallador, de extranjero origen, que no era ciencia nueva, ni saludable reforma, sino protesta de la imaginación sin freno contra toda tradición y toda autoridad, y aun más, contra toda racional investigación. Representantes de la erudición tales como Hermosilla (famoso nombre que debe añadirse á la lista de traductores), servían mal á las amenazadas humanidades con crítica apasionada y estrecha, desacreditando con ella la erudición de buena ley y la tradicional crítica de comentario, la cual, bien entendida, es forma amplia en que cabe todo, desde el análisis filológico hasta el juicio estético y filosófico; crítica que señala no menos los defectos que las bellezas, y que, lo mismo que á los poetas antiguos, debiera aplicarse á los