sin cautivar otras facultades de percepción interna ni recomendarse á la memoria por la regularidad arquitectónica. Hay casos en que es forzoso elegir entre dificultades de versificación grandes, pero no insuperables, y una deficiencia al cabo inevitable.[1] En lo lírico goza el traductor de mayor libertad, en la elección y aun invención de metro y estrofas;[2] pero libertad regida por la obligación—en que resumirse puede, en términos generales, la doctrina de Castillo y Ayensa—de asociar hasta donde sea posible la fidelidad conceptual con la rítmica, porque si las ideas valen mucho, no deja de ser, por otra parte, característica de un poema la especialidad de sus cadencias y movimiento, ó como si dijésemos el danzado. Si se hubiera prestado atención á este principio, en que pocos hoy mismo paran mientes, no tendríamos desde los albores del siglo de oro de la literatura castellana, traducciones de un poema uniforme como las Metamorfoses de Ovidio en la variedad de metros en que las tradujo el Licenciado Viana, ni trozos de lírica he-
- ↑ El distinguido escritor y crítico cubano señor Piñeyro en su juicio sobre mi traducción de la Eneida (Habana, 1874), incluído en sus Estudios y conferencias de historia y literatura (Nueva-York, 1880), combate el uso de la octava para trasladar la epopeya latina; pero al fin dice: "En cambio otras veces triunfa señaladamente el traductor; y la obra toda tiene un carácter tranquilo, sereno, suficientemente noble, que á la larga encanta y fascina." Lo cual no es otra cosa que el efecto de la disposición simétrica de las rimas y de la marcha regular y reposada de la octava.
- ↑ Son nuevas algunas combinaciones métricas empleadas en esta colección con el propósito de conservar la intención rítmica del original.