Sudor honrado de su pecho llueve,
Y así gana la vida;
Mira á todos al rostro: nada debe,
Y nadie le intimida.
Quien pase por allí, temprano ó tarde,
Oye el fuelle, y ve el brazo
Que sobre el yunque, con seguro y lento
Compás, descarga el mazo,
Y el golpe, á la oración, suena en el viento,
Como fiel campanazo.
De la escuela al volver los rapazuelos
Detiénense en gavilla
Ante la puerta, el fuelle á ver que anhela,
Y la brasa que brilla,
Y la chispa á pillar que salta y vuela
Como paja en la trilla.
Sentado con sus hijos en la iglesia
Está el domingo, fija
La mente en lo que enseña ó reza el cura;
Y la voz de su hija
Que entre el coro aldeano vibra pura,
Oye, y le regocija.
Parécele ser voz del Paraíso,
¡La dulce voz materna!
Y con su diestra requemada, hirsuta,
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EL HERRERO BE ALDEA