Noche tras noche, cuando duerme el mundo
Y ruedan por las calles desoladas
Entre ráfagas de aire gemebundo
Las voces del sereno acostumbradas
A tiempo que él anuncia aquel profundo
Sueño, y la paz y la quietud guardadas,
Tal vez divisa en mísera buhardilla
Velando algún dolor su lamparilla.
Y día tras día el alemán labriego,
Al entrar paso a paso con la aurora
Rodando el carretón aldeaniego
Colmado en frutos de Pomona y Flora;
Cuando sus gritos turban el sosiego
Del arrabal que aún duerme en esa hora,
Ve que a su claustro vuelve entonces ella,
Pálida de velar, mas siempre bella.
Venid a mí, niños queridos,
Que ahí estáis; oí vuestro juego
Y volaron desvanecidos
Mi tedio, mi desasosiego.
Vosotros abrís la ventana
Por do mira mi alma al Oriente
Y las aves de la mañana
Cruzan cantando por la mente:
En vuestros pechos no hay vacío,
Todo es sol, y aves, y aura leve;
Viento de otoño hay en el mío,
Y cayó la primera nieve.
¡Ah! ¡nunca hay niños por demás!
¿Sin ellos el mundo qué fuera?
Temamos el desierto de atrás,
Más que la noche venidera.
Lo que es a la selva el follaje
Que nutren la luz y el ambiente,
Antes que el dulce humor cuaje
En rígido astil resistente.