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El engaño

No, ya no sufro. Si vago taciturno,— por la tarde, cuando te sigo en tu camino,— ¡Oh, el terror del próximo nocturno — suplicio, en aquel gran lecho blanco!) créeme,— es porque es dulce al alma fatigada — esta tranquilidad deliciosa — (día y noche, un pensamiento me devora — el alma, sin reposo, sin reposo),— esta tranquilidad que me circunda — de un placer vago, casi inconsciente,— (Haced, Señora, haced que oculto quede — por siempre mi terrible secreto!) — Oh este grande abandono y este olvido — de todo, á tus plantas! Sé bendita.— (El alma blanca gozará el olvido,— jamás el olvido, jamás!) Sé bendita.