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Tradiciones peruanas

jarana para un cuarto de hora y quiero estar en ella hasta el conchito.

Y con agilidad suma, sin escuchar las reflexiones de su amigo el cirujano, saltó sobre el caballo y volvió á meterse en lo recio del fuego.

¡Qué hombres, Cristo mío! ¡Qué hombres! Setenta minutos de batalla, casi toda cuerpo á cuerpo, empleando los patriotas el sable y la bayoneta más que el fusil, pues desde Corpaguaico, donde perdieron el parque, se hallaban escasos de pólvora (cincuenta y dos cartuchos por plaza), bastaron para consumar la independencia de América.

VI

A las doce del día el virrey La-Serna, ligeramente herido en la cabeza, se encontraba prisionero de los patriotas, y lo que son las ironías del destino! en ese mismo día, á esa misma hora, en Madrid, el rey D. Fernando VII firmaba para La-Serna el título de conde de los Andes.

La rivalidad entre Canterac, favorito del virrey y jefe de Estado Mayor de los españoles, y Valdez, el más valiente, honrado y entendido de los generales realistas, influyó algo para la derrota. El plan de batalla fué acordado sólo entre La-Serna y Canterac, y al ponerlo en conocimiento de Valdez tres horas antes de iniciarse el combate, éste murmuró al oído del coronel del Cantabria, que era su íntimo amigo:

—¡Nos arreglaron los insurgentes! Ese plan de batalla han podido ur. dirlo dos frailes gilitos, pero no dos militares. Los enemigos nos habrán hecho flecos antes de que lleguemos á la falda del cerro, y aun superado este inconveniente, no nos dejarán formar línea ordenada de batalla. En fin, soldado soy y mi obligación es ir sin chistar al matadero y cumplir, como Dios me ayude, con mi rey y con mi patria.

—¿Qué hacer, mi general? —contestó el jefe del Cantabria estrechando la mano de su superior.—¡Caro vamos á pagar las francesadas de Canterac!

Desbandada su división que, en justicia sea dicho, so batió admirablemente, Valdez descabalgó y, sentándose sobre una piedra, dijo con estoicismo:

—Esta comedia se la llevó el demonio. ¡Canario! De aquí no me mue vo y aquí me matan.

Un grupo de sus soldados, de quienes era muy querido, lo tomó en peso y consiguió transportarlo algunas cuadras fuera del campo.

A la caída del sol, Canterac firmaba la capitulación de Ayacucho, y tros lías más tarde dirigía á Simón Bolívar esta carta, que acaso medio siglo después trajo á la memoria Napoleón III al rendirse prisionero en Sedán: