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Ricardo Palma

Gasca cruzó los brazos sobre el pecho, alzó los ojos al cielo, pidió á Dios un milagro, y Dios lo oyó.

De pronto brillaron luces sobre los masteleros y gavia.

Eran las luces ó fuegos de San Telmo, anunciadores de que la tempes- tad iba á cesar.

La amotinada marinería cayó de rodillas delante de D. Pedro de la Gasca, como los sublevados compañeros de Colón cuando el serviola gritó desde la cofa: «¡Tierra!»