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Tradiciones peruanas

tas del Perú, pues hallándose mal carenadas algunas de las naves se corría el peligro de verlas hundirse, y por ende convenía regresar á Panamá y esperar á septiembre, en que corrientes y brisas son favorables. Los hombres de guerra, por su parte, añadían que en cinco ó seis meses más, con los leales que acudieran de Nicaragua y Méjico, habría una base de mil soldados, por lo menos, para lanzarse á la aventura con seguridad del éxito.

Gasca consideró que aplazar por medio año las operaciones era dar tiempo para que los rebeldes cobrasen bríos, y apartándose de la opinión general, dijo:

—No se hable, señores, de volver atrás, que de animosos es el peligro. Sr. Juan Alonso de Palomino, en nombre del emperador, ordeno que las naos hagan rumbo á la Gorgona.

Y no hubo más que proseguir navegando con los buques que estuvieron en condición de hacerlo.

Tres días más tarde, y casi al anochecer, desatóse un atroz temporal del Norte. Juan Cristóbal Calvete lo describe así: «El viento era tan recio y la mar tan brava que el riesgo de zozobrar se hizo inminente; y eran las olas tan furiosas y continuas, que no había marinero que parase, por el agua que de la mar entraba y por la que del cielo caía; y eran tantos los truenos, relámpagos y rayos, que la nao parecía arder en vivas llamas.»

La gente de mar, casi amotinada, manifestó á Gasea la conveniencia de amainar velas, conservando sólo la del trinquete, y correr el temporal hasta volver á dar fondo en Taboga ó Panamá.

El clérigo Casca, que breviario en mano no se separaba de la cubierta despreciando el peligro de ser arrebatado por una ola, les contestó con energía:

A la Gorgona he dicho, y pena de la vida al que toque un trapo. A las tres de la mañana bajó el licenciado á la cámara, y la marinería se echó á aflojar escotas para arriar la mayor y la mesana.

Un par de minutos llevaban en la faena cuando volvió á presentarse Gasca sobre cubierta.

—¡Por la Virgen del Pilar!--gritó furioso.—¡Alto esa maniobra!

—Señor licenciado—contestó un contramaestre,—saber leer en el breviario, no es saber en cosas de mar.

El motín no podía ser más declarado.

Y hasta los oficiales, sin tomar parte activa, simpatizaban con la marinería, pues ninguno puso á raya al insolente.

Por fortuna, las cuerdas y velas estaban tan duras y tiesas que la maniobra se hacía difícil.