pleado era patriota, honrailo é inteligente: y el misino, para otros, era godo, picaro y bruto.
Sin embargo, hubo un anitoal presupuestívoro (léase empleado) do quien nemine dinerepunte todos, grandes y chicos, se hacian lenguas para recomendarlo al Libertador.
Maravillado Bolívar de encontrar tal uniformidad de opiniones, llegó á menear la cabeza murmurando entre dientes: —La pim..... pinela! No puede ser.
Y luego alzando la voz, preguntaba: —¿Juega?
—Ni á las tabas ni á la brisca, excelentísimo señor.
—¿Bebe?
—Agua pura, excelentisimo señor.
—Enamora?
—Es marido ejemplar, excelentísimo soñor.
—¿Koba?
—Ni el tiempo, excelentísimo señor.
—¿Blasfeina?
Cristiano viejo es, señor excelentísimo, y cumple por cuaresma con el precepto.
—Usa capa colorada?
—Más azul que el cielo, excelentísimo señor.
—¿Es rico?
—Heredó unos terrenos y una casa y, ayudado con el sueldecito, pasa la vida á tragos, excelentísimo señor.
Aburrido Bolívar ponía fin al interrogatorio, lanzando su favorita y ya histórica interjección.
Cuando se despedía el visitante, lirigíase el general á su secretario D. Felipe Santiago Estenús.
—¿Qué dico uste de esto, doctoreito?
—Señor, que no puede ser—contestaba el hábil secretario.—Un hombre de quien nadie habla mal es más santo que los que hay en los altares.
—No insistia D, Simón, pues yo no descanso hasta tropezar con alguien que ponga á eso hombre como nuevo!
Y su excelencia llamaba á otro vecino, y vuelta al diálogo y á oir las mismas respuestas, y torna á despedir al informante y á proferir la interjección consubida.
Así llegó el 25 de julio, víspera del día señalado por Bolívar para continuar su viaje triunfal hasta Potosí, y las autoridades y empleados andaban temerosos de una podu ó reforma que diese por resultado traslaciones y cesantías.