de libros franceses, y de allí vienen los galicismos de su estilo. Hablando bien y fácilmente, le gustaba mucho pronunciar discursos y brindis. Daba grandes convites; pero era muy parco en beber y comer. Muy desintere sado del dinero, era insaciablemento ávido de gloria. » El mariscal Miller, que trató con intimidad á Bolívar, y Lorente y Vicuña Mackenna, que no alcanzaron á conocerlo, dicen que la voz del Libertador era gruesa y áspera. Podría citar el testimonio de muchísimos próceres de la independencia que aún viven, y que sostienen que la voz del vencedor de España era delgada, y que tenía inflexiones que á veces la asemejaban á un chillido, sobre todo cuando estaba molesto.
El viajero Laffond dice: «Los signos más característicos de Bolívar eran un orgullo muy marcado, lo que presentaba un gran contraste con no mirar de frente sino á los muy inferiores. El tono que empleaba con sus generales era extremadamente altanero, sin embargo que sus maneras eran distinguidas y revelaban haber recibido muy buena educación. Aunque su lenguaje fuese algunas veces grosero, esa grosería era afectada, pues la empleaba para darse un aire más militar.» Casi igual retrato hace el general D. Jerónimo Espejo, quien en un interesantísimo libro, publicado en Buenos Aires en 1873, sobre la entre vista de Guayaquil, refiere, para dar idea de la vanidad de Bolívar, que en uno de los banquetes que se efectuaron entonces dijo el futuro Libertador: «Brindo, señores, por los dos hombres más grandes de la América del Sur, el general San Martín y Yo.» Francamente, nos parece sospechoso el brindis, y perdone el venerable general Espejo que lo sujetemos á cuarentena. Bolívar pudo ser todo, menos tonto de capirote.
Otro escritor, pintando la arrogancia de Bolívar y su propensión á hu millar á los que lo rodeaban, dice que una noche entró el Libertador, acompañado de Monteagudo, en un salón de baile, y que, al quitarse el sombrero, lo pasó para que éste se lo recibiera. El altivo Monteagudo se hizo el remolón, y volviendo la cara hacia el grupo de acompañantes, gritó: «Un criado que reciba el sombrero de su excelencia. » En cuanto al retrato que de Bolívar hace Pruvonena lo juzgamos desautorizado y fruto del capricho y de la enemistad política y personal.
II
Pasadas las primeras y más estrepitosas fiestas, quiso Bolívar examinar si los cuzqueños estaban contentos con sus autoridades; y á cuantos lo visitaban pedía informes sobre el carácter, conducta é ideas políticas de los hombres que desempeñaban algún cargo importante.
Como era natural, recibía informes contradictorios. Para unos, tal em-