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Tradiciones peruanas

—Hermano, vamos errados. Conviene que igualemos las cargas; porque si tú llevas cuatro y yo cinco, nacerá alguna sospecha en el amo.

—Bien discurrido—contestó el otro mitayo.

Y nuevamente escondieron la carta tras otra tapia, para dar cuenta de un segundo melón, esa fruta deliciosa que, como dice el refrán, en ayunas es oro, al mediodía plata y por la noche mata; que, en verdad, no la hay más indigesta y provocadora de cólicos cuando se tiene el poncho lleno.

Llegados á casa de D. Antonio pusieron en sus manos la carta, en la cual le anunciaba el mayordomo el envío de diez melones.

D. Antonio, que había contraído compromiso con el arzobispo y otros personajes de obsequiarles los primeros melones de su cosecha, se dirigió muy contento á examinar la carga.

—¡Cómo se entiende, ladronzuelos!....—exclamó bufando de cólera. —El mayordomo me manda diez melones y aquí faltan dos—y D. Antonio volvía á consultar la carta.

—Ocho no más, taitai—contestaron temblando los mitayos.

—La carta dice que diez y ustedes se han comido dos por el camino..... ¡Ea! Que les den una docena de palos á estos pícaros.

Y los pobres indios, después de bien zurrados, se sentaron mohinos en un rinón del patio, diciendo uno de ellos:

—¿Lo ves, hermano? ¡Carta canta!

Alcanzó á oirlo D. Antonio y les gritó:

—Sí, bribonazos, y cuidado con otra, que ya saben ustedes que carta canta.

Y D. Antonio refirió el caso á sus tertulios, y la frase se generalizó y pasó el mar.