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Tradiciones peruanas

barquilla con unos pocos compañeros y llegase á la costa. Digo también que se ha vuelto á embarcar en Cádiz, y navega con viento favorable.

Esperen tres meses, y sabrán si hablan más verdad cartas y gacetas que esta humilde sierva del Señor.

Tan grande era la reputación de santidad que. rodeaba á la madre Monteagudo, y tan frecuentes eran (al decir de los cronistas) sus milagros y pronósticos, que los cabildantes decidieron llevarse del consejo.

Tres meses después, día por día, se hacía cargo del gobierno eclesiástico de Arequipa el Ilmo. Sr. Almoguera, quien refirió que las circunstancias de su naufragio y salvación fueron las mismas que había puntualizado la madre Monteagudo.

II

Gran obispo fué el trinitario Almoguera, según Echave, Travada y todos los cronistas que de él se ocupan, y debióle Arequipa no pocos bienes.

En su celo por reformar las costumbres un tanto relajadas del clero y en su empeño por la ilustración de los párrocos, escribió un famoso libro, que se imprimió en Madrid en 1671, titulado Instrucción á curas y eclesiásticos de las Indias.

La Inquisición creyó encontrar en el libro una moral poco ortodoxa, y aun lo calificó de injurioso al monarca; pues su ilustrísima dejaba entender que en la corte se anteponía el favor al verdadero mérito, acordándose beneficios en América á clérigos indignos.

El Santo Oficio declaró prohibido el libro; y el Consejo de Indias, en representación de la corona, le echó una filípica al autor, á quien desde entonces los cortesanos dieron en llamar el obispo del libro.

Hablandose un día delante de la madre Monteagudo sobre la desgra cia en que, para con la corte, había caído el trinitario, dijo un caballero que acababa de llegar de España: —Tienen los arequipeños obispo de por vida; pues me consta que en la coronada villa no hay quien liable en favor del Sr. Alinoguera.

—Pues se equivoca, hijo mío—interrumpió la Monteagudo,—que el señor Almoguera arzobispo es ya de Lima. Créanlo, que es verdad, y acuérdense de lo que digo.

Estas palabras de la madre Monteagudo corrieron inmediatamente por la ciudad; mas á pesar de la fe que inspiraban sus profecías, dudaron todos que ésta se realizase, tomando en cuenta que su ilustrísima tenía quejosa á la sacra real majestad, hostil á la Inquisición y ofendidos á muchos malos sacerdotes que, amparados por padrinos de influencia, habían ido á España á querellarse de agravios positivos ó supuestos.