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Ricardo Palma

Pocos días más tarde D. Alfonso Arias de Segura hizo dimisión de la vars y tomó el hábito de novicio en la Compañía de Jesús, donde es fama que murió devotamente.

Hubo más. Dos viejas declararon con juramento que desde la calle de San Sebastián habían visto las luces de los cirios; y ante tan autorizado testimonio no quedó en Lima prójimo que no creyera á puño cerrado en la procesión de ánimas de San Agustín.

Y á propósito de procesión de ánimas, es tradicional entre los vecinos del barrio de San Francisco que los lunes salía también una de la capilla de la Soledad, y que habiéndose asomado á verla cierta vieja grandísima pecadora, sucedióla que al pasar por su puerta cada fraile encapuchado apagaba el cirio que en la mano traía, diciéndola: —Hermana, guárdeme esta velita hasta mañana.

La curiosa se encontró así depositaria de algunos centenares de cirios, proponiéndose en sus adentros venderlos al día siguiente, sacar subido producto, pues artículo caro era la cera, y mudar de casa antes que los aparecidos vinieran á fastidiarls con reclamaciones. Mas al levantarse por la mañana, encontróse con que cada cirio se había convertido en una canilla y que la vivienda era un campo santo ú osario. Arrepentida la vieja de sus culpas, consultóse con un sacerdote que gozaba faina de santidad, y éste la aconsejó que escondiese bajo el manto un niño recién nacido y que lo pellizcase hasta obligarlo a llorar cuando se presentara la procesión. Hízolo así la ya penitente vieja, y gracias al ardid no se la llevaron las ánimas benditas por no cargar también con el mamón, volviendo las canillas á convertirse en cirios que iba devolviendo á sus dueños.

Francamente, no puede ser más prosaico este siglo diecinueve en que vivimos. Ya no asoma el diablo por el cerrito de las Ramas, ya los duendes no tiran piedras ni toman casas por asalto, ya no hay milagros ni apariciones de santos, y ni las ánimas del purgatorio se acuerdan de favorecernos siquiera con una procesioncita vergonzante. Lo dicho: con tanta prosa y con el descreimiento que nos han traído los masones, está Lima como para correr de ella.