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Tradiciones peruanas

con mullidos colchones de plumas. Su paternidad hacía las cosas á lo grande, presentando al huésped todo lo que en materia de lujo ofrecían el país y la época.....

Así pasó su ilustrísima dos meses, rodeado de visitas y atenciones y colmado de regalos valiosos.

Á los pocos días de su llegada celebraban los agustinos la fiesta de su patriarca; y el señor obispo, como para corresponder á las finezas de los frailes, les ofreció encargarse del sermón.

Los agustinos brincaron de gozo, y en breves minutos circuló tan fausta noticia por la ciudad, y aun alcanzó á llegar á las poblaciones inmediatas, de donde muchos emprendieron viaje al Cuzco para tener la dicha de escuchar al egregio predicador.

Dice el autor de Los dos cuchillos, hablando de la celebración de esta fiesta: «Aderezése el púlpito con gran aparato, salió el predicador y usó, como si fuera ya obispo consagrado, del privilegio de predicar en silla y con almohada y se desnudó las manos de unos guantes muy olorosos.» El sermón nada dejó que desear. El orador fué muy aplaudido, porque en realidad era hombre hábil y de instrucción en materias eclesiásticas.

Después de triunfo tal, inútil es añadir que los regalos siguieron en aumento, y cuando ya consideró su ilustrísima que las ovejas tenían poco que esquilmar, se despidió para Potosí.

En la imperial villa produjo el mismo entusiasmo que en el Cuzco, y como aquellos eran aún los buenos tiempos para el mineral, la cosecha fué opima. Bástenos saber que, al abandonar Potosí, ocupó ocho mulas tucumanas en la carga de su equipaje.

El ilustrisimo tendría probablemente noticia de que el pueblo arequipeño es muy generoso, cuando se trata del óbolo de San Pedro ó de aliviar la evangélica pobreza de los ministros del altar, y en consecuencia enderezó camino hacia la que por entonces ya empezaba á ilamarse ciudad del Misti.

Cuando los españoles vinieron al Perú, no tenía nombre el volcán á cuya falda se fundó Arequipa. Si hemos de atenernos á lo que en su testamento dico el conquistador Mancio Sierra de Leguizamo, los peruanos abundaban en virtudes, y fueron sus dominadores europeos los quo trajeron la semilla del vicio, semilla que no tardó en fructificar. Los mesti—s, casi siempre fruto del connubio de una india con un español, fueron generalmente odiados por los naturales del país; y á su turno los mestizos, cuando alcanzaban algún mando ó un cacho de influencia en la cosa pública, eran para con los pobres indios más soberbios y crueles que los cspañoles mismos, que habían necesitado que Roma declarase por breve del