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Tradiciones peruanas

—De eso no se le dé cuidado á vuesa merced—replicó el comendador, —que lo esencial para mí es contar con su aquiescencia. Lo demás lo encomiendo á mi santo patrón Pedro Nolasco, y fío en él que hará un milagrito en pro de su casa de Lima.

Un año después, y en los meses en que se efectúa la braveza de mar que los náuticos llaman el cordonazo de San Francisco, las olas del Callao se alborotaron furiosamente y arrojaron á la playa las columnas.

Sólo una de ellas había sufrido pequeña lesión.

Estas columnas son las que hoy puede contemplar el lector en la primorosa fachada del templo de la Merced.

FRAY JUAN

SIN—MIEDO Tentado estuve de llamar á esta tradición cuento de viejas; pues más arrugada que una pasa fué la mujer á quien en mi infancia of el relato.

Pero registrando manuscritos en la Biblioteca Nacional, encontréme uno titulado Crónica de la Religión Agustina en esta provincia del Perú desde 1657 hasta 1721, por fray Juan Teodoro Vázquez, donde está lar gamente narrada la tradición. El libro del padre Vázquez es continuación de los cronistas Calancha y Torres, y hay en esa obra noticias curiosisimas que dan luz sobre muchos acontecimientos notables de la época colonial. ¡Lástima es que tal libro permanezca inédito!

Por los años de 1640 vino de Extremadura á estos reinos del Perú un mozo á quien llamaban en Lima Juan Sin—Miedo. Dedicóse al comercio sin lograr en el cosa de provecho, porque el extremeño era muy para nada y de un talento más tupido que caldo de habas.

Fincaba el tal su vanidad en ser el hombre más terne que desde los tiempos del Cid produjeran las Españas, y raro era el día en que por si fueron tejas ó tejos no anduviese al morro con el prójimo y repartiendo trancazos y mojicones. Perseguido una vez por pendenciero, escapó de caer en manos de alguaciles, tomando asilo en los claustros de San Agustín.

Como no había corrido sangre ni valía un popino la querella, la justicia no volvió á acordarse de él; pero Juan, que había cobrado gusto por la vila holgazana y regalada del convento, se avino á vestir el hábito de lego, aunque sin renunciar por eso á sus humos de matón.

Dice el padre Vázquez en elogio de este hermano, que era puntual