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Tradiciones peruanas

timo títere de la real familia, para los ministros, para los consejeros de Indias, para los obispos y generales de órdenes religiosas, y pongo punto por no hacer una lista tan interminable como la de puntapiés que gobiernos y congresos aplican á esa vieja chocha llamada Constitución. ¡Así anda la pobrecita que no echa luz!

Estómagos agradecidos defendían, pues, con calor, en los consejos de su majestad, la causa y los intereses de los hijos de Loyola. Una jícara de buen chocolate era lo más eficaz que se conocía por entonces para conquistarse amigos y simpatías. Y tanto y tanto menudeaban las remesas del cuzqueño, que hasta el rey empezó á mirar con aire receloso al conde de Aranda, único cortesano á quien no deleitaba el aroma de la golosina, y que tenía el mal gusto de desayunarse con un cangilón del vulgar soconusco, haciendo ascos al divino manjar que enviaban los jesuítas.

Aún estaba fresco el recuerdo de la famosa controversia, en que se enfrascaron los teólogos de la cristiandad, sobre si cl chocolate quebranta ó no el ayuno, controversia en que hasta dos grandes señoras, la princesa de los Ursinos y Madama de Maintenon, tomaron parte. No poco se escribió en pro y en contra, y la polémica duraría hasta hoy si no hubiera habido jusuítas en el mundo que declarasen que un bollo de chocolate en agua no quebranta el ayuno. Liquidum non frangit jejunium. Algo más: el papa concedió el capelo cardenalicio al padre Brancaccio, que en un libro titulado De usu et potu chocolate diatriva, sostuvo la tesis de los hijos de Loyola.

En estas y las otras se les durmió una vez el diablo á los teatinos; y un aduanero dió, en secreto, aviso al virrey Amat de que uno de los cajoncitos pesaba como si, en lugar de bollos, contuviera piedras. El virrey quiso convencorse de si aquello era prodigio ó patraña, y cuando menos se le esperaba, aparecióse en el Callao y mandó abrir el sospechoso y sospechado cajoncito. En efecto. Lo que es bollos de chocolate..... á la vista estaban: cuzqueño legítimo y exhalando perfume á canela y vainilla. Pero cada bollito pesaba como chisme de beata ó interpelación al ministerio.

Item (y esto no lo digo yo, sino el duque de Saint—Simón) el cajón iba rotulado al muy reverendo padre general de la Compañía de Jesús.

—Cascaritas: murmuró el virrey.

No estaba D. Manuel de Amat y Juniet, Pianella, Aymerich y Santa Pau hecho de pasta para no recelar que bollos tales fuesen de imposible digestión.

—Dividatur—dijo su excelencia..... y saltó la liebre!

Dentro de cada bollito iba..... iba..... Ina onza de oro.