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Ricardo Palma

parroquia de San Lorenzo, consta del respectivo libro que, exceptuando cinco, el nene que no fué Colás fué Colasa. Fuese por intercesión del santo de los panecillos ó porque el frío amainara, ello es que muchos de los infantes libraron de morir antes de la edad del destete.

Las madres limeñas no quisieron ser menos que las potosinas, y casi todos los muchachos nacidos hasta fin de ese siglo tuvieron por patrono á San Nicolás de Tolentino.

II

Pero la moda, que es hembra muy veleta, después de un cuarto de siglo había pasado, y eso no traía cuenta á los agustinos. Era preciso resucitarla y, en efecto, resucitó en 1624. Vean ustedes cómo.

D. Enrique del Castrillo y Fajardo, general de caballería del Perú y capitán de la compañía de gentileshombres lanzas, tuvo una disputa con otro caballero que, sin pararse en ceremonias, le espetó en sus peinadas barbas un miente usiu. El general echó mano por la charrasca y, tambien sin ceremonias, le sembró las tripas por el suelo. Me parece que así á cualquiera so le enseñan buena crianza y miramientos.

Por entonces todas las iglesias de Lima gozaban del derecho de asilo, pues fué sólo en 1772 cuando el Padre Santo lo limitó á la catedral y San Marcelo.

Mientras recogían de la calle al difunto. D. Enrique tomó seguro en el templo de San Ildefonso, cuyo convento servía de colegio á los padres agustinos.

Doña Jacobina Lobo Guerrero, sobrina del arzobispo y esposa del rofugiado, puso en juego todo género de influencias para que su marido fuese absuelto por el asesinato, absolución que alcanzó del virrey y de la Audiencia, por ser necesarios los servicios del general de caballería para la defensa de la ciudad, amenazada á la sazón por el pirata Heremite.

Cuando se presentó doña Jacobina en la portería de San Ildefonso, llevando á su marido la orden de libertad, encontróso con éste tan gravemente enfermo que los físicos le habían mandado hacer los últimos aprestos para el viaje eterno.

Dice el cronista padre Calancha que doña Jacobina hizo entonces formal promesa á San Nicolás de Tolentino de darle en cera, artículo muy caro en esa época, tantas arrobas cuantas pesase la humanidad de su marido, que era hombre alto y fornido. á juzgar por el retrato que existe en la catedral, en la capilla de San Bartolomé, de la cual él y doña Jacobina eran patronos.