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Ricardo Palma

del caballo ni tuvo maña para que éste se levantara, y así se estuvieron quedos hasta que se ahogó Porras con tan poca agua que no llegaba, con estar caído, ni al pescuezo del caballo. Vinieron otros caminantes, levantaron al animal y enterraron al jinete.» Tan ridículo fin como Juan de Porras tuvo Diego Núñez de Mercado, factor de la Nueva Toledo y uno de los asesinos del marqués. Murió por consecuencia de un mordisco que le dió en el cuello su propio caballo.

Desde entonces quedó por refrán, entre los españoles del Perú, el decir, cuando un cristiano se atortola y mete en confusiones por asunto que no es de gravedad ó que tiene fácil remedio: Eh! No hay que ahogarse en poca agua, como Juan de Porras,» refrán que era de uso constante en boca de Carbajal.

III

SI TE DIEREN HOGAZA, NO PIDAS TORTA

Crueldades aparte, es Francisco de Carbajal una de las figuras históricas que más en gracia me ha caído.

Como en otra ocasión lo he relatado, nació Carbajal en Ragama (aldea de Arévalo), y el autor de los Mármoles parlantes dice, no sé con qué fundamento, que fué hijo natural del terrible César Borgia, y por ende nieto del papa Alejandro

VI, Á

comprobarse este dato, no habrá ya por qué admirarse de la ferocidad de nuestro hombre, que en la sangre traía los instintos del tigre. La raza no desmintió en él.

Después de haber militado largamento en España, halládose en la batalla de Pavía, en el sitio de Ravena y en el saco de Roma con Borbón por Carlos Quinto, como reza el romance, vínose á Méjico, con su querida Catalina Leyton, en la comitiva del virrey Mendoza, conde de Tendilla y marqués de Mondejar.

Fué Catalina una dama portuguesa y la única mujer que algún dominio ejerciera sobre el Demonio de los Andes. Sin embargo, no la trataba con grandes miramientos; pues habiendo en Arequipa convidado á comer á varios de sus amigos, éstos so oxcedieron en la bebida, y al verlos caídos bajo la mesa, exclamó doña Catalina: Guay del Perú! ¡Y cuál están los que lo gobiernan » Mas Carbajal atajó la murmuración de su querida, diciéndola con aspereza: «Cállate, vieja ruin, y déjalos dormir el vino por un par de