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Ricardo Palma

cuando llegaba el cajón de España con cartas y gacetas de Madrid. Hoy el mayor suceso envejece á las veinticuatro horas; mas entonces se mantenía fresquito y chorreando leche durante un año por lo menos.

Pero á riesgo de despoetizar á la calle de la Manita, propia de suyopara citas y reconcomios de enamorados y cuchilladas de zafios, ó para que en ella dejen al prójimo más liviano de ropa que lo que anduvo Adán antes de que se le indigestase la manzana, diré que maldito si hubo nada de maravilloso en lo que la superstición de nuestros abuelos abultó tanto.

La cosa fué de lo más trivial que cabe, y aflígeme explicarla, porque despoetizando á la calle suprimo argumento para un drama románticopatibulario.

Roto uno de los cristales del farolillo, el económico devoto lo reenplazó con una hoja de papel. El remiendo no debió ser hecho muy en conciencia, porque á poco se desprendió un trozo; y al oscilar, movida por el viento, la cuerda de que pendía el farolillo, sucedía que por intervalos proyectaba en la pared la sombra más ó menos caprichosa del papel.

Un miedoso creyó ver en esta sombra la forma de una mano; otro que tal la vió peluda, y un tercero la descubrió las garras. Y tanto se habló de esto, que todo el vecindario de Lima, nemine discrepante, se persuadió de que el diablo andaba suelto y haciendo de las suyas por la que desde entonces se conoce con el nombre de calle de la Manita.

XVII

LA CALLE DE LAS ALDABAS

Á la hora en que acaeció el terremoto de 1746, hallábanse congregados algunos fieles, en junta de hermandad ó cofradía, en la iglesia parroquial de San Marcelo. La puerta principal del templo estaba con cerrojo, y sólo el postigo permanecía abierto.

La confusión y espanto que el temblor produjo entre los del concurso fueron tales, y tanta la prisa por alcanzar al postigo, que el primero que lo consiguió, sin darse cuenta de lo que hacía, trájoselo tras sí cerrando de golpe. No bubo forma de abrirlo.

Por fortuna no se derrumbó pared ni cayó viga, y apenas hubo dos ó tres cabezas magulladas por los pedazos de torta que del techo se desprendieron. La catástrofe pudo ser mayor.

Pero entre nosotros, así hoy como en tiempos del rey, la policía acude Toмo III