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Ricardo Palma

Ahora, padre, uno de estos guapos lo sacará del monte y lo pondrá en el camino para que siga á pie su viaje.

—¡Alto, hermanito! Soy achacoso, y mal puedo, sin gran fatiga y peligro, hacer la media legua que me falta para llegar al Barranco. Suyo es el caballo; pero le ruego me lo preste, que palabra le empeño de devolvérselo antes de una hora.

—Casi, casi estoy tentado de acceder, por ver si cumple.

—Acceda, hijo, y lo palpará.

—Pues..... convenido; y ;cuenta con engañarme!, porque entonces donde lo pille lo elavo una puñalada; que guindarme una sotana es para mí como sorberme un huevo fresco.

Sacado del monte, el padre Abrega cumplió religiosamente el compromiso.

II

El Barranco por aquellos tiempos apenas se componía de la ermita, alzala para dar culto á la milagrosa efigie aparecida en ese sitio, y unos pocos ranclios de estera habitados por indios. Ni Domeyer ni Bregantehabían soñado aún en habitarlo y formar de él un precioso arrabal le Chorrillos.

Á media noche, el Filosofo llamaba cautelosamento á la puerta de la ermita, y el capellán no demoró en abrirlo.

—Padre, nie ha sido usted simpático porque es hombre de palabra.

En prueba de ello, le traigo una mulita en cambio de su caballo, y como contraseña para que á distancia lo conozca mi gente, y en vez de incomodarlo lo proteja, le encargo que siempre que venga al Barranco se ponga su sombrero de teja, que el jipijapa es mucha guaragua para un sacerdote humilde.

—Corriente, hijo, por eso no pelearetuos. Vé con Dios y con mi bendición.

Y desde la semana siguiente, el mansisimo padre Abregú se convirtió en el tipo que nos ha legado el lápiz de l'ancho Fierro (el Goya peruano), sin que después hubiera habido forma, ni por Dios ni por sus santos, de hacerlo renunciar al sombrero de teja y á la mula flaca.