DAVID Y GOLIATH
No es necesario fijar época ni apuntar los verdaderos nombres de los protagonistas de este relato. Viven en Arequipa muchos que los conocieron y fueron testigos del suceso, y á su testimonio apelo en prueba de lo que van ustedes á leor:
«No es cuento, ¡voto á San Crispo!,
y por hecho real se tenga,
sin ser preciso que venga
á confirmarlo el obispo.»
Nuestro Goliath era, como el de la Biblia, un filisteo ó facineroso, que traía con el credo en la boca á los honrados vecinos de Miraflores, y que de vez en cuando se aventuraba á una fechoría en los barrios de la misma ciudad del Misti. El galleaba entre los mozos crudos, robaba muchachas, desvalijaba bolsillos, apuñaleaba rivales, aberreaba jaranas, y todo con tan buena suerte que podía pensarse no era aún nacido el bravucón capaz de ponerle la ceniza en la frente. Era, como quien dice, la segunda edición corregida y aumentada de cierto guapo que á principios del siglo actual hubo en esta ciudad de los reyes, quien daga en mano se presentaba en los jolgorios de medio pelo, gritando:
«¡Abrirse, que aquí está un hombre!
¡Ya está vuestro azoto encima!
Si quieron saber quién soy,
soy Barandalla, el de Lima.»
Y sin que nadie resollara ni se atreviera á oponérsele, cortaba las cuerdas de la guitarra, rompía copas y botellas y, de cuenta de genio, emplumaba con la hembra de mejor trapio.
Volviendo á Goliath, la justicia misma se aterraba oyendo pronunciar el nombre del bandido, y empezó por ofrecer recompensa al que lo metiese en caponera, hasta que, multiplicándose los delitos, terminó poniendo precio á su cabeza. La autoridad predicaba como San Juan en el desierto; porque habiéndose ella declarado impotente, no era posible encontrar