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Ricardo Palma

Allí estaba el vencedor de Ayacucho, Antonio José de Sucre, en el apogeo de su gloria y en lo más lozano de la edad viril, pues sólo contaba treinta y dos años.

En su casaca azul no abundaban los bordados de oro, como en las de los sainetescos espadones de la patria nueva, que van, cuando se empere jilan, como dijo un poeta: «tan tiesos, tan finchados y formales, que parecen de veras generales. » Sucre, como hombre de mérito superior, era modesto hasta en su traje, y rara vez colocaba sobre su pecho alguna de las condecoraciones conquistadas, no por el favor ni la intriga, sino por su habilidad estratégica y su incomparable denuedo en los campos de batalla, en quince años de titánica lucha contra el poder militar de España.

Rodeaban al que en breve debía ser reconocido como primer presidente constitucional de Bolivia: el bizarro general Córdova, cuya proclama de elocuente laconismo arma á discreción y paso de vencedores!

vivirá mientras la historia hable del combate que puso fin al dominio castellano en Sud—América; el coronel Trinidad Morán, el bravo que en una de nuestras funestas guerras civiles fué fusilado en Arequipa, en diciembre de 1854, precisamente al cumplirse los treinta años de la acción de Matará, en que su impávido valor salvara al ejército patriota de ser deshecho por los realistas; el coronel Galindo, soldado audaz y entendido politico que, casado en 1826 en Potosí, fué padre del poeta revolucionario Nestor Galindo, muerto en la batalla de la Cantería; sus ayudantes de campo, el fiel Alarcón, destinado á recibir el último suspiro del justo Abel victimado vilmente en las montañas de Berruecos, y el teniente limeño Juan Antonio Pezet, muchacho jovial, de gallarda apostura, de cultas maneras, cumplidor del deber y que, corriendo los tiempos, llegó á ser general y presidente del Perú.

Aquel año 26 Venus tejió muchas coronas de mirto. De poco más de eien oficiales colombianos que acompañaron á Suere en la fiosta de las monjas mónicas, cuarenta pagaron tributo al dios Himeneo en el espacio de pocos meses. No se diría sino que los vencedores en Ayacucho llevaron por consigna: Guerra á las bolivianas!» Por entonces un magno pensamiento preocupaba á Bolívar, hacer la independencia de la Habana; y para realizarla contaba con que Méjico proporcionaría un cuerpo de ejército que se uniría á los ya organizados en Colombia, Perú y Bolivia. Pero la Inglaterra se manifestó hostil al proyecto, y el Libertador tuvo que abandonarlo.

Los argentinos se preparaban para la guerra que se presentaba como