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Ricardo Palma

El conde leyó en silencio, y á medida que avanzaba en la lectura pintábase mortal congoja en su semblante y se oprimía el pecho con la mano que tenía libre, como si quisiera sofocar las palpitaciones de su corazón paternal. ¡Horrible lucha entre su conciencia de caballero y los sentimientos de la naturaleza!

Al fin, su diestra temblorosa dejó escapar la acusadora carta, y cayendo desplomado sobre un sillón, y cubriendose el rostro con las manos para atajar el raudal de lágrimas exclamó, haciendo un heroico esfuerzo por dar varonil energia á su palabra: ¡Bien muerto está!.... ¡El marqués estuvo en su derecho!

VI

La Real Audiencia absolvió al marqués de Santa Rosa, Quizá la sentencia, en estricta doctrina jurídica, no sea muy ajustada.

Critiquenla en buena hora los pajarracos del foro. No fumo de ese estanquillo ni lo apetezco.

Pero los oidores de la Real Audiencia antes que jueces eran hombres, y al fallar absolutoriamente, prefirieron escuchar sólo la voz de su conciencia de padres y hombres de bien, haciendo caso omiso de D. Alfonso el Sabio y sus leyes de Partida que disponen que ome que faga omecillo, por ende muera. ¡Bravo! Bravo! Yo aplaudo á sus señorías los oidores, y me parece que tienen lo bastante con mis palmadas.

En cuanto al público de escaleras abajo, que nunca supo á qué atenerse sobre el verdadero fundamento del fallo (pues virrey, oidores y abogado se comprometieron á guardar secreto sobre la revelación que contenía la carta), murmuró no poco contra la injusticia de la justicia.

UNA ASTUCIA DE ABASCAL

I

Que el excelentísimo señor virrey D. Fernando de Abascal y Souza, caballero de Santiago y marqués de la Concordia, fué hombre de gran habilidad, es punto en que amigos y enemigos que alcanzaron á conocerlo están de acuerdo. Y por si alguno de mis contemporáneos lo pone en tela de juicio, bastaráme para obligarlo á arriar bandera referir un suce-