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Ricardo Palma

de las Rusias. Y guay de la demagoga que protestara! Se la cortaba el pelo, se la encerraba en el cuarto obscuro ó iba con títeres y petacas á un claustro, según la importancia de la rebeldía. El gobierno reprimía la insurrección con brazo de hierro y sin andarse con paños tibios.

En cambio, la autoridad de un marido era menos temible, como van ustedes á convencerse por el siguiente relato histórico.

II

Marianita Belzunce contaba (según lo dice Mendiburu en su Diccioaario Histórico) allá por los años de 1755 trece primaveras muy lozanas.

Huerfana y bajo el amparo de su tía, madrina y tutors doña Margarita de Murga y Muñatones, empeñóse ésta en casarla con el conde de Casa—Duvalos D. Juan Dávalos y Ribera, que pasaba de sesenta octubres y que era más feo que una excomunión. La chica se desesperó; pero no hubo reme dio. La tía se obstinó en casar á la sobrina con el millonario viejo, y vino el cura y laus tibi Christi.

Para nuestros abuelos eran frases sin sentido las de la copla popular: «No te cases con viejo por la moneda: la moneda se gasta y el viejo queda.» Cuando la niña so encontró en el domicilio conyugal, á solas con el condle, le dijo: —Señor marido, aunque vuesa merced es mi dueño y mi señor, jurado tengo, en Dios y en mi ánima, no ser suya hasta que haya logrado hacerse lugar en mi corazón; que vuesa merced ha de querer compañera y no sierva. Haga méritos por un año, que tiempo es sobrado para que vea yo si es cierto lo que dice mi tía; que el amor se cría.

El conde gastó súplicas y amenazas, y hasta la echó de marido; pero no hubo forma de que Marianita apease de su ultimátum.

Y su señoría (; Dios lo tenga entre santos!) pasó un año haciendo mé ritos, es decir, compitiendo con Job en cachaza y encelándose hasta del vuelo de las moscas, que en sus mocedades había oído el señor conde este cantarcillo: El viejo que se casa con mujer niña, úl mantiene la cepa y otro vendimia. » La víspera de vencerse el plazo desapareció la esposa de la casa conyagal, y púsose bajo el patrocinio de su prima la abadesa de Santa Clara.