Página:Tradiciones peruanas - Tomo III (1894).pdf/118

Esta página no ha sido corregida
112
Tradiciones peruanas

—Padre, sólo he gastado dos onzas y no cabales. Ahí tiene su merced el dinero.

Oir esto y ponerse D. Alonso rojo como la púrpura, fué instantáneo.

—¡Ah, pícaro gritó.—¿Qué habrán dicho de mi casa los chinchanos?

¡Que los Valles somos unos pordioseros! Este muchacho es, por su miseria, la deshonra, el borrón de la familia. ¡Ah, zamarro! ¡Asno de Arcadia, lleno de oro y come paja! Pues para que otro día sepas dejar bien puesto el nombre, te voy á dar una lección que nunca olvides.

Y tomando el bastón aplicó á su hijo una paliza soberana.

Para él, en la fiesta do Chincha el último zarramplín se había portado con más rumbo que el monigotillo.

No exageramos. D. Alonso González del Valle era hombre de su época; y como él eran en América casi todos los que poseían un título nobiliario. La aristocracia deslumbraba al pueblo por el lujo y el derroche.

Y tan grande fué el bochorno que experimentó el marqués de Campoameno al saber que su hijo menor había andado cicatero, que durante quince días mantuvo enlutada con un crespón negro la famosa leyenda de su escudo: El que mús vale no vale tanto como Valle vale.

HUMILDAD Y FIEREZA TODO EN UNA PIEZA

I

El capuchino fray Miguel González (inás generalmente conocido por fray Miguel de Pamplona) tomó en febrero de 1783 posesión de la silla episcopal de Arequipa.

Hijo del teniente general gobernador de Pamplona y de la marquesa de Bunguet, D. Miguel había consagrado su mocedad á la carrera de las armas, en la que alcanzó á ser coronel del regimiento de infantería de Murcia, mereciendo además el título de comendador de la Obrería, entre los caballeros de la orden de Santiago.

Desencantado acaso de la vida militar, de las hijas de Eva y de las mundanas pompas y miserias, tomó el hábito en el convento de capuchinos de Madrid, y seis meses después, en virtud de dispensas pontificias, fué ordenado saccrdote. Pocos años más tarde sus hermanos le confirieron la prelacía, distinción de la que no tardaron en arrepentirse; pues fray Miguel, imaginándose que era cosa idéntica mandar frailes que man-