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Ricardo Palma

que, cuando la ruina del Callao, hizo un donativo voluntario de cincuenta mil duros para socorrer á los desventurados, donativo que dejó boquiabiertos a todos los que en Lima disfrutaban fama de poseer gran caudal.

D. Alonso no quería desmentir el mote de su escudo.

Por los años de 1760 fué nombrado mayordomo para la fiesta del Corpus en Chincha el Sr. D. Fernando Carrillo, conde de Monteblanco, quien se propuso echar la casa por la ventana y salir airoso en la mayordomía.

Corridas de toros, jugadas de gallos, cuadrillas de danzantes, auto sa cramental, árbol de fuego, moros y cristianos, papahuevos y gigantes; en tin, festejos y diversiones para ocho días. Invitó el conde á sus amigos de Lima é Ica, y por supuesto que el marqués de Campoaneno y sus tres hijos no podían ser olvidados.

D. Alonso hallábase achacoso é imposibilitado para el viaje, pero convino en que sus retoños asistiesen á las fiestas. Eran tres los mancebos y el mayor contaba veintiún años. Dió el anciano á cada uno de ellos cien onzas de oro, recomendándoles que se portasen como hijos de su padre; echules la bendición, y los muchachos, jinetes en soberbios caballos, emprendieron el viaje á Chincha.

Quince dias después regresaron los jóvenes al hogar paterno, y cuando llegó el momento de dar cuenta de su condueta, dijo el mayor: —Padre y Sr. D. Alonso, las cien peluconas con que su merced me avió se hicieron humo.

—Bien, muchacho. El oro se hizo para cambiarlo y la plata es escurri diza por lo que guarda de azogue.

—Pero es, señor—continuó el joven temeroso de una reprimenda,que también he jugado por no ser menos que los otros caballeros, y que á D. Fernando le debo cinco mil duros que ha pagado por mi.

Soberbio! Te portas como quien eres y honras el nombre!—exclamó el viejo con orgulloso énfasis.—Dame un abrazo, marquesito.

—Y tú, ¿cómo te has manejado?—preguntó D. Alonso á su segundo hijo, que era un mocetón de veinte años y gran aficionado á las mozuelas.

—Yo, padre, no jugué; pero no traigo un cornado.

— en qué gastaste la plata?

—Señor, había en Chincha unos faldellines.....

Ya! ¡Ya A tn edad fuí yo rumboso y mo sacaban de quicio los ojos negros. Gastaste como un Valle y gastaste bien, que á un Valle no le han de querer gratis y de cuenta de buen mozo como á cualquier zargate.

Ahora, monigotillo, te toca confesarte.

El monigotillo era el hermano menor, un chico de diez y ocho años, entre encogido y despierto. Sacó con pausa un bolsillo de seda, por entre cuyas mallas relucía el oro, y poniéndolo sobre la mesa, dijo: