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Tradiciones peruanas

Aquí se entabló nuevo y más agitado litigio.

—Pero, hombre—arguyó D. Raimundo,—mi hija tiene veinte mil du ros de dote.

—Renunciamos á la dote. La niña vendrá á casa de su marido nada más que con lo encapillado.

—Concédame usted entonces obsequiarla los muebles y el ajuar de novia.

—Ni un alfiler. Si no acomoda, dejarlo y que se muera la chica.

—Sea usted razonable, D. Honorato. Mi hija necesita llevar siquiera una camisa para reemplazar la puesta.

—Bien: paso por esa funda para que no me acuse de obstinado. Consiento en que le regale la camisa de novia, y san se acabó.

Al día siguiente D. Raimundo y D. Honorato se dirigieron muy de mañana á San Francisco, arrodillándose para oir misa y, según lo pactado, en el momento en que el sacerdote elevaba la Hostia divina, dijo el padre de Margarita: —Juro no dar á mi hija más que la camisa de novia. Así Dios me condene si perjurare.

II

Y D. Raimundo Pareja cumplió ad pedem litteræ su juramento; porque ni en vida ni en muerte dió después á su hija cosa que valiera un maravedí.

Los encajes de Flandes que adornaban la camisa de la novia costaron ios mil setecientos duros, según lo afirma Bermejo, quien parece copió este dato de las Relaciones secretas de Ulloa y D. Jorge Juan.

Itern, cl cordoncillo que ajustaba al cuello era una cadeneta de brillantes, valorizada en treinta mil morlacos.

Los recién casados hicieron creer al tío aragonés que la camisa á lo más valdría una onza; porque D. Honorato era tan testarudo que, á saber lo cierto, habría forzado al sobrino á divorciarse, Convengamos en que fue muy merecida la fama que alcanzó la camisa nupcial de Margarita Pareja.